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El presidente de la Comisión de Postgrados del Consejo de Rectores, Diego Cosmelli, plantea que, pese a los incrementos en las matrículas de magíster y doctorados registrados en los últimos años, en Chile persiste “un déficit severo de investigadores e investigadoras”.
En este contexto, asegura que “se hace imperativo que, como parte de una estrategia de desarrollo país de mediano y largo plazo, se contemple una fuerte inversión en formación avanzada de personas”.
Es bien conocido que un mayor nivel educativo implica no solo mayores oportunidades, sino también mayores ingresos y, en términos generales, una mejor calidad de vida. Según datos de la OCDE (https://stats.oecd.org), en Chile, el 54% de las personas que ingresan al mundo laboral solo con educación media tienen ingresos inferiores o apenas iguales a la mediana del ingreso nacional y apenas un 3% gana más de dos veces la mediana. En contraste, un 83% de quienes cuentan con magíster o doctorado alcanzan este tramo superior de ingresos.
En efecto, el interés por los estudios de postgrado ha crecido en nuestro país en los últimos años, en particular a nivel de doctorado. En 2017 se matricularon 5.536 estudiantes en programas de doctorado y 43.162 en programas de magíster. En 2021 estos valores alcanzaron a 6.729 en doctorado y 46.518 en magíster, lo que representa un incremento del 21,5% y 7,8%, respectivamente (www.mifuturo.cl, Ministerio de Educación). En el mismo periodo, los programas de doctorado acreditados pasaron de 176 a 229 y los magísteres acreditados aumentaron de 296 a 380, lo que refleja el compromiso del sistema universitario por generar las capacidades necesarias para acoger el interés por especializarse a nivel de postgrado.
En una primera mirada, estos indicadores son positivos, pues son fundamentalmente los doctorados quienes luego se dedican a la investigación, creando nuevo conocimiento, productos, procesos, métodos y sistemas, lo cual es clave para lograr economías diversificadas y un desarrollo sostenido. Pero cuando se analiza con más detención, es evidente que persiste en Chile un déficit severo de investigadores e investigadoras. Si el promedio de los países de la OCDE alcanza casi 9 investigadores por 1000 trabajadores, Chile escasamente supera 1. Si nos comparamos con Portugal, que tiene un número ligeramente superior a la media de la OCDE de investigadores por 1000 trabajadores, estamos actualmente graduando menos de la mitad de los doctores al año, siendo que casi los duplicamos en población. Comparados con Noruega, los números son aun más desfavorables, un país que con poco más de un cuarto de nuestra población, gradúa casi el doble de doctores al año.
En este contexto, se hace imperativo que, como parte de una estrategia de desarrollo país de mediano y largo plazo, se contemple una fuerte inversión en formación avanzada de personas.
Salvo una feliz excepción en 2021, la cantidad de becas destinadas por el Estado a formar doctores y doctoras ha tenido un aumento marginal en los últimos años. Chile cuenta actualmente con una capacidad formativa en este nivel de especialización muy importante, con programas acreditados en prácticamente todas las áreas del conocimiento, claustros académicos altamente productivos y con excelentes redes de cooperación internacional. Articulado con un programa de becas para estudios en el extranjero focalizado estratégicamente en áreas de bajo desarrollo en Chile, un apoyo decidido a la formación de postgrado a nivel nacional, con énfasis en doctorado, es imperativo para lograr una masa crítica de investigadores a la altura de los desafíos que enfrentamos.
Pero no basta solo con aumentar la cantidad de investigadores. En Chile, el 84% de los doctorados trabaja en educación superior, esencialmente alimentando los cuerpos académicos de las universidades. Solo un 7% se inserta en la empresa y escasamente el 4% lo hace en la administración pública (Encuesta Trayectoria de Profesionales con grado de doctor en Chile año de referencia 2019, Ministerio de Ciencias, Tecnología, Conocimiento e Innovación). En contraste, en la Unión Europea poco más del 30% se mantiene en la academia y sobre el 65% se inserta en la industria o el estado. Dicho de otra forma, un aumento del financiamiento sin una estrategia de diversificación de las posibilidades de inserción, que fomente la incorporación de investigadores en el sector productivo tanto público como privado, es insuficiente.
En este contexto, los programas doctorales vinculados con la industria, en los cuales los investigadores se forman con los mismos estándares científicos, pero desarrollan sus proyectos de manera colaborativa con una contraparte (empresa, organismo público, organización de la sociedad civil), es un camino prometedor que debe ser potenciado decididamente. Países que implementan este tipo de programas, rápidamente incrementan sus capacidades de innovación, generando un círculo virtuoso y sustentable.
Tenemos la oportunidad como país de invertir en la formación avanzada de personas y hacerlo de manera que los frutos impacten a todo nivel de la sociedad. Es urgente que la aprovechemos para impulsar así el desarrollo basado en conocimiento que tanto necesitamos.
*Columna publicada en diario El Mercurio.